Con motivo de la fiesta de San Benito, patrón de Europa y padre del monaquismo (11 de julio), así como la celebración del Mil·lenari del Monestir de Montserrat que estamos celebrando este año, escribo estas líneas de reflexión sobre la riqueza de la vida monástica.

Hoy en día, es difícil, por no decir ‘imposible’, comprender o al menos ver la actualidad o la relevancia actual de los monasterios. En un mundo que se está convirtiendo en una aldea global, un sector destacado de esta metrópolis global es la vida monástica a la que muchos acuden, si bien solo por curiosidad o con mentalidad turística.  Pero este hecho demuestra un interés creciente por lo religioso o por la espiritualidad en este mundo cada vez más secularizado.

A esta luz no debe olvidarse la inmensa e impagable aportación secular de los monasterios a todas las civilizaciones y no solo a la occidental. Una espiritualidad es, ante todo, un empeño humano, no solo tiene alas sino que también pies, corazón y, sobre todo, cabeza. Está en el tiempo pero no está destinado para el tiempo, séame permitida esta paráfrasis de lo de estar en el mundo mas sin ser del mismo de los Evangelios.

Després del Concili Vaticà II -que va posar de manifest la necessitat d’una contextualització més actual o més d’acord amb els temps-, però sense perdre el sabor d’allò perenne que sempre apunta cap a la Transcendència, la família benedictina fou la pionera en la renovació dels seus monestirs.

La família benedictina mira de respondre a les exigències dels nous temps. I aquesta exigència segueix, sobretot per a la vida religiosa, la qual ha desembocat en Vita Consecrata, d’on sorgeix l’expressió ‘vida consagrada’ enlloc de ‘vida religiosa’. El panorama arriba fins el magisteri del Papa Francesc que amb Fratelli tutti (2021) segueix obrint noves perspectives també en aquest nou pontificat de Lleó XIV de sabor agustinià, els desplegaments inicials del qual tots estem presenciant.