El pasado 24-Octubre se presentó la nueva encíclica del Papa: “Volver al corazón” para la construcción de “un mundo justo, solidario y fraterno”. Esa es la convocatoria central que hace el Papa en su cuarta encíclica, “Dilexit nos” (Nos amó) en la que el pontífice retoma la tradición y actualidad del pensamiento sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo con una invitación: renovar su auténtica devoción para no olvidar la ternura de la fe, la alegría de ponerse al servicio y el fervor de la misión frente a un contexto marcado por el materialismo extremo, el “mundo líquido”, las guerras que se extienden y los temores cada vez más fundados por la irrupción de la Inteligencia Artificial.
Abierta por una breve introducción y dividida en 5 capítulos, la encíclica sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús recoge “las preciosas reflexiones de anteriores textos magisteriales y de una larga historia que se remonta a las Sagradas Escrituras, para volver a proponer hoy, a toda la Iglesia, este culto cargado de belleza espiritual”. “El Corazón de Jesús nos impulsa a amar y nos envía a los hermanos”, plantea Jorge Bergoglio y nos invita a renovar nuestra auténtica devoción recordando que en el Corazón de Cristo «podemos encontrar todo el Evangelio» (89): es en su Corazón donde «finalmente nos reconocemos y aprendemos a amar» (30). El marco que describe Francisco es una sociedad que ve multiplicarse «diversas formas de religiosidad sin referencia a una relación personal con un Dios de amor» (87), mientras el cristianismo olvida a menudo «la ternura de la fe, la alegría de la entrega al servicio, el fervor de la misión de persona a persona» (88). El Papa mira también puertas adentro y sostiene que el Corazón y el Amor de Jesús es algo que todos necesitamos para caminar hacia ese mundo de fraternidad.
Incluso, escribe, “la Iglesia también lo necesita, para no reemplazar el amor de Cristo con estructuras caducas, obsesiones de otros tiempos, fanatismos de todo tipo que terminan ocupando el lugar de ese amor gratuito de Dios que libera, vivifica, alegra el corazón y alimenta las comunidades” (219).

