La gracia de Cristo es el don gratuito que Dios nos hace de su vida infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para sanarla del pecado y santificarla: Esto es la gracia santificante o divinización recibida en el bautismo. Para nosotros esta es la fuente de la obra de santificación. Por consiguiente, la libre iniciativa de Dios exige la respuesta libre del hombre, porque Dios creó al hombre a su imagen concediéndole, con la libertad, el poder de conocerle y amarle. El alma sólo libremente entra en la comunión del amor. Dios toca inmediatamente y mueve directamente el corazón del hombre. Puso en el ser humano una aspiración a la verdad y al bien que sólo El puede colmar. Las promesas de la vida eterna responden, por encima de toda esperanza, a esta aspiración. (Catecismo n. 2002)
San Agustín, aclara: “Si Tú descansaste el día séptimo, al término de todas Tus obras muy buenas, fue para decirnos por la voz de Tu libro que, al término de nuestras obras, que son muy buenas por el hecho de que eres Tú quien las has dado, también nosotros en el sábado de la vida eterna descansaremos en Ti”.
La vocación cristiana a entrar en el Reino de Dios, en la vida eterna, no suprime, sino que refuerza el deber de poner en práctica los medios recibidos del Creador para servir este mundo a la justicia y a la paz, haciendo posible el progreso humano, tanto cultural, como social y religioso. (Catecismo 2820)