Con la palabra “persona” expresamos que cada ser humano posee una dignidad inviolable. El ser humano fue creado a semejanza de Dios (Imago Dei, según el Gén. 11,27). De este modo, él es la criatura de Dios que en la creación representa al creador mismo. Es la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma. Como criatura de Dios, no es ‘algo’ sino ‘alguien’, y, por lo tanto, incomparablemente valioso. El ser humano, en tanto que persona, es capaz de conocer y de pensar sobre sí mismo, de ser libre para sus elecciones y de vivir en comunidad con los otros. Y, a su vez, está llamado a responder a Dios en la fe.

Que sea imagen de Dios significa por tanto que el hombre ha de permanecer siempre en relación con Dios, y que solo en Dios se pueden satisfacer íntegramente sus posibilidades como persona. Cada persona es un ser social. La persona humana, además, solo puede sobrevivir y desarrollarse con la ayuda de los demás. Ser hombre no es solo vivir en una buena relación con Dios, sino que hay que procurar tener una buena relación con los otros. El comienzo de todo es la familia, después viene el círculo de amigos y, finalmente, la sociedad entera.

Fuimos creados por Dios como hombre y mujer (Gén 2,23), he ahí la fundamental dimensión social de la naturaleza humana. Desde el primer momento, hombre y mujer tienen la misma dignidad. Se ayudan y se complementan a lo largo de toda su vida. Dios hace que la unión plena de amor entre hombre y mujer sea fructífera gracias a sus hijos. Es por ello que la familia es la célula primera de cada sociedad.