Si un niño vive criticando; aprende a condenar.
Si un niño vive con hostilidad; aprende a pelear.
Si un niño vive avergonzado; aprende a sentirse culpable.
Si un niño vive con tolerancia; aprende a ser tolerante.
Si un niño vive con estímulo; aprende a confiar.
Si un niño vive apreciado; aprende a apreciar.
Si un niño vive con equidad; aprende a ser justo.
Si un niño vive con seguridad; aprende a tener fe.
Si un niño vive con aprobación; aprende a quererse.
Si un niño vive con aceptación y amistad; aprende a hallar amor en el mundo.
Respecto al fin educativo, hay que decir que el proceso educativo no puede llevarse a cabo sin la propuesta de unos principios, unas verdades, unos valores y unos bienes que se deben apreciar e inculcar. De ahí que es contrario al fin educativo una educación absolutamente neutra, sin propuesta de una visión del mundo, de la existencia humana o de unas ideas motrices fundamentales. Sin embargo, sí que responde al fin educativo la concepción de una escuela propositiva de principios, valores, verdades y bienes morales, humanos, etc. Sus principales objetivos serían: favorecer la maduración personal, la adquisición de conocimientos, habilidades, competencias, el desarrollo social, el paso gradual de la fase egocéntrica del amor al altruismo, el desarrollo de las facultades intelectuales y morales que sean capaces de hacer juicios personales. En este aspecto, la adquisición del sentido religioso y social de la vida permite a niños y jóvenes una auténtica mentalidad de fe favorecedora de un conocimiento cada vez más profundo de la persona, el mundo y la sociedad. El proyecto educativo cristiano tiene como objetivo la integración de la fe y la vida.