La oración es un camino. Orar es una gran aventura y un gran misterio que todo cristiano debería vivir con intensidad. Orar es acercarse a Dios para entablar un diálogo amoroso. Orar es amar, reír, llorar, soñar, pero también es comprometerme, responsabilizarse, confiar, esperar…
Orar no es pasar un rato tranquilo en que pienso en mis cosas, en mis problemas, en la gente que quiero. Tampoco es una receta contra la “depre”, ni una “pastilla” que me permita dormir tranquilo. Orar no es pedirle a Dios que me dé lo que me toca de la “herencia”, por ser su hijo; no es jugar con Dios a través del ”si me apruebas los exámenes, te pongo dos velas”; Orar no consiste en buscarme justificaciones a las cosas que hago bien o mal; orar no es culpabilizarme de todo lo que pasa a mi alrededor.
Orar es querer encontrarse con Dios, es vivir por los demás; orar es huir de los falsos sueños, pero vivir por la utopía del Reino de Dios; orar es desear buscar dentro para sacar fuera y compartir con los demás; orar es investigar en lo profundo de mi personalidad; orar es entregarse.
La oración es un don y una gracia que nos concede Dios y que hay que pedir insistentemente. Por ello es tan importante la disposición interna y externa. Debemos disponer toda nuestra persona para este encuentro con Dios a través de la oración. Para ello es necesario hacer como si todo dependiera de mí, pero al mismo tiempo sabiendo que todo viene de Dios. Os animo a que poco a poco os vayáis sumergiendo en esta estupenda aventura que supone la oración. Y os aseguro que no os arrepentiréis de haberla comenzado. No hay caminos para la oración, la oración es el camino.
(Fuente: Web: Misioneros redentoristas)