La ocasión de la ordenación sacerdotal de nuestro diácono Mn. Jordi Avilés nos permite recordar cual es la identidad del presbítero en la Iglesia.
En primer lugar, debemos recordar que el sacerdocio es un don de Dios. Decimos el don del sacerdocio. En Cristo, todo su Cuerpo místico se une al Padre por medio del Espíritu Santo, para la salvación de todos los hombres. Y la Iglesia, unida al Señor de manera indisoluble, está destinada a ser signo e instrumento de la unión íntima de todos los hombres con Dios y entre ellos mismos. El Señor da su fuerza de gracia y de verdad, de maestro y de auxilio para que todos los fieles podamos formar un sacerdocio santo, ofreciendo sacrificios espirituales agradables a Dios. Entonces se comprende que la razón de ser del sacerdocio ministerial se encuentra en esta unión vital y eficaz de la Iglesia con Cristo.
En segundo lugar, el sacerdocio ministerial hace visible y activa aquella acción invisible de Cristo que actúa como Cabeza de la Iglesia. El sacerdote actúa en la Persona de Cristo Cabeza de la Comunidad, continuando su sacerdocio eterno. Por eso la Iglesia cree que el ministerio sacerdotal es un don que se le ha hecho a muchos de sus fieles. No olvidemos que es un don instituido por Cristo a fin de continuar su ministerio de salvación, que fue recogido por los apóstoles y perdura dentro de la Iglesia a través de los obispos que son sus sucesores y de los sacerdotes que cooperan con ellos, a la vez que sirven al Pueblo de Dios con absoluta identidad sacramental de Cristo, Cabeza y Pastor. La unción sacerdotal consagra al sacerdote con el poder espiritual revestido de la suprema autoridad con que Cristo guía a la Iglesia por medio del espíritu Santo.
Rotundamente hemos de creer que el sacerdote no pertenece a una minoría cultural obsoleta en el mundo de hoy. Su caridad pastoral impulsa la misión del Evangelio de Jesús de Nazaret, ahora y aquí.