EL RINCÓN DE PENSAR. Una pandemia mortífera

La actual pandemia del coronavirus, ese patógeno mortífero y de gran capacidad de contagio, está causando muchas muertes. Algunas también en nuestro entorno de las familias o del barrio, por las cuales no cesamos de orar por su eterno descanso. En fecha 25 de abril los fallecidos en España eran más de 23.822; en Catalunya, más de 10.200 y en el resto del mundo, más de 211 mil.

«Ofrecer el sacrificio por el descanso de los difuntos es una costumbre observada en el mundo entero. Por esto creemos que se trata de una costumbre enseñada por los mismos Apóstoles. En efecto, la Iglesia católica la observa en todas partes; y si ella no creyera que se les perdonan los pecados a los fieles difuntos, no haría limosnas por sus almas, ni ofrecería por ellas el sacrificio a Dios», escribía San Isidoro de Sevilla (560-636).

Rezamos con el Salmo 90, por el final de la pandemia:

“Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti.

Él te librará de la red del cazador, de la peste funesta. Te cubrirá con sus plumas, bajo sus alas te refugiarás: su brazo es escudo y armadura.

No temerás el espanto nocturno, ni la flecha que vuela de día, ni la peste que se desliza en las tinieblas, ni la epidemia que devasta a mediodía”.

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